Tercer día lluvioso de abril, y admito que lo necesitaba considerablemente.
Camuflarme en la sudadera más gruesa que encontrara en el fondo del armario y perderme por cualquier calle.
Quedarme eternamente debajo del chorro del agua caliente de la ducha y leerme cien páginas de mi libro favorito y perderme en las sábanas de la cama.
Los días de lluvia me sacan las lágrimas, me retan, me ahogan, me obligan a recordar momentos que una vez fueron felices pero que ahora lo pienso y no lo son tanto. Y me pregunto que es lo que estamos haciendo, pero desvío mi pensamiento en cualquier otra dirección, no merece la pena ni siquiera pensar en eso.
Miro por la ventana, aún llueve y ahora con mucha más fuerza. No me vendría mal un abrazo, uno de esos en los que te quedas apenas sin fuerzas.... O quizás dos. La lluvia trae con ella inmensas ganas de afecto, mimos...
